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jueves, 25 de septiembre de 2008

shiva y yo...

El verano de 2007 fue difícil. Como buen escorpión y volviendo de una de mis crisis existenciales bianuales, me asoló un vacío tremendo y me fui de vacaciones a Ámsterdam con mi amigo Ángel, un murciano muy salado que vive en Bilbao.

Allí tuve visiones muy reveladores de mi vida, y pude desconectar de todo aquello que me preocupaba…Sobre todo, el vacío. Ese vacío que se instala en tu cerebro y no te permite sobrellevar con optimismo el día a día…

Las visiones que tuve darían pie a escribir otro relato pero ahora hablemos de lo que pasó en cierto coffe shop:

En aquel local, entre el humo de los canutos que dominaban el ambiente, un gato negro y blanco se dirigió hacia mí. Con una mezcla de caradura y elegancia se acomodó en mi regazo. Sorprendido por su actitud, me rendí hacia la ternura que sentía por aquel felino. Me rendí hacia la necesidad de rozarlo, acariciarlo, regalarle un cariño gratuito y sincero. Hacía tiempo que no confraternizaba con un gato… La única vez, fue con “Puma”, la difunta gata de mi tío Luis, con la que compartí veranos y semanas santas en mi pueblo hace más de quince años…

Pero el gato negro y blanco se fue…

Al día siguiente estuve con Ángel en otro coffe shop con decoración indú. El sitio era realmente acogedor. Acaricié el Om de mi espalda y observé al Dios Shiva, maestro supremo del yoga y principio de la transformación y la destrucción en una de las paredes…

Shiva musité. Había tomado una decisión.

Volví a Vallecas unos días después y fui al veterinario dispuesto a adoptar a un gato. Creía que era necesario para mi salud mental tener alguien a quien cuidar… En el tablón de anuncios se regalaban gatitos. No tardé ni diez minutos en llamar al señor Antonio. Cuando atendió mi llamada me dijo que ya era tarde…que no los tenía en casa. Me dijo que estaban en el cementerio…. En ese momento me dio un vuelco en corazón y me quedé helado.

Por suerte, don Antonio me dijo que los gatitos estaban en el cementerio porque la madre los había parido en un antiguo nicho. Pufff! Menos mal. Al día siguiente fui con él. Era un 5 de septiembre soleado y paseamos hasta llegar a la guardería gatuna improvisada. Al llegar echamos un ojo al nicho en cuestión donde vimos 6 cachorritos hermosos. 3 negros y blancos, 2 multicolor y uno gris. La tentación de la comida en lata de don Antonio hizo que salieran tímidamente uno tras otro a la llamada del hambre mientras su mamá paseaba descaradamente entre las tumbas. Algunos no se animaban a salir.

Don Antonio cogió uno de los cachorritos. - ¡Es una hembra! Exclamó. Pero yo le pedí un macho…

Tras perseguir a varios de los gatitos, que no estaban dispuestos a ser agarrados, desestimé la idea del macho. En ese momento apareció un cuerpecito gris y blanco, fue el penúltimo en salir del nicho. Galopaba gracioso pateando las avispas que se agolpaban frente a los restos de comida. Inocente, despierto, pero cauteloso.

- Quiero ese. Le dije a Don Antonio. Cogió al cachorrito con sus ásperas manos una vez más y volvió a decir sonriente – ¡Esta también es una hembrita!

- Hola Shiva- le dije a la gatita. Y le devolví la sonrisa a don Antonio.

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